Un día mas, te levantas a la hora de siempre. Haces lo que
haces siempre y te diriges a tu lugar de trabajo o de estudios. Posiblemente te
cruces con la misma gente de siempre o con los mismos coches. Como una hoja en
el otoño, te desplazas como llevado por el viento entre esa maraña
incuantificable del resto de hojas. Una maraña de gente que, aunque parecen
desplazarse y vivir entre la calidez de una sociedad tecnológicamente avanzada,
no hay mas que fijarse mas en detalle para ver que en realidad están solos, vacíos,
sin sentimientos.
Tras un día mas, rutinario, frío y vacío, regresas al hogar.
Un hogar que tal vez lo más cálido que tenga sea ese equipo calefactor que te
hace pasar las horas un poco mas amablemente. Cansado, te sientas en el sofá y
enciendes el ordenador intentando buscar en la red esa calidez humana que
paradójicamente no has encontrado entre la sociedad.
Y de repente, ahí esta, lo que parecía un día mas, se
convierte en un largo día de reflexión. Piensas que no has comprendido bien ese
mensaje que acabas de recibir, y lo vuelves a leer. Tristemente parece que esta
vez tu capacidad lectora no ha fallado y ves como una gran persona te dice que
ha llegado ese día que ella tanto temía, y del cual habíais conversado en
alguna ocasión. Ha llegado el día de separarse de ese ser tan querido, sabe que
apenas le quedan 24 horas junto a él y no sabe como reaccionar.
Se debate todo ese tiempo entre la desconsolación y la
incredulidad, hasta que finalmente la arena deja de caer del gran reloj de la
vida y el tiempo se detiene. Ese día ha llegado y no sabe como será el futuro a
partir de ahora. Tu no sabes que decir ni que hacer para poder ayudarla, sabes
que en el fondo, a su manera, ella es fuerte y finalmente lo confirmas. Hablas
con ella y te das cuenta que el viento poco a poco vuelve a mecerla. Sus
cálidos ojos tras toda una noche de sollozos van enfriándose por una sociedad
feroz y deshumanizada y poco a poco te das cuenta que aunque dicha fecha nunca
la olvidará, todo terminará volviendo a eso que llamamos normalidad.
Y tu, mientras tanto, piensas en lo frágil que son las vidas, en lo
insignificantes que somos, pero también sabes, que pronto, volverás a mecerte
por ese frío viento de la sociedad y que pronto todo esto simplemente se
quedará en una reflexión y en un temor a que un día seas tu quien tenga que
escribir ese mensaje. Al final vuelve a sonar el despertador y vuelves a
prepararte para otro rutinario día... como siempre.